Estamos
sentados a la sombra del árbol sagrado ya’axché
(ceiba) cuyos frutos se han abierto ya, dejando ir la delicada fibra parecida
al algodón, que formará, según la tradición maya, las nubes que traerán la
esperada lluvia. Acariciados por fragmentos de nube recordamos lo que hemos
visto hoy mientras caminábamos entre los vestigios de una ciudad maya
inolvidable.
Aquí en Edzná
los antiguos edificios nos cuentan la historia de una era fabulosa en la que
los hombres caminaban entre dioses y los reyes largamente olvidados llevaban en
sus manos el poder del rayo y en su voz el eco de la magia de la creación. Es la
historia de los mayas, que por mil años dominaron estas tierras creando una de
las civilizaciones más extraordinarias y enigmáticas del mundo.
La zona
arqueológica de Edzná se ubica a 55 Km. al sureste de la ciudad de Campeche. El
significado de su nombre tiene varias traducciones, una de ellas es “casa de
los Itzá” palabra maya que significa
sabio o brujo del agua. Las investigaciones arqueológicas indican que Edzná
estuvo habitada al menos desde el año 600 a. C. y fue abandonada alrededor del
siglo XV cuando lentamente las voces mayas fueron reemplazadas por la voz de la
selva cuyo manto cubrió los palacios, las plazas y los templos; así Edzná
permaneció oculta hasta 1906.
Edzná tuvo sus
años de mayor auge durante el periodo Clásico (300 – 900 d. C.) cuando se
convirtió en una de las ciudades estado más poderosas de las tierras mayas del
norte. Fue en esta época cuando se construyeron muchos de los edificios que hoy
se pueden ver en el sitio y la ciudad alcanzó una extensión de 25 km2
con varias decenas de miles de personas habitándola.
Hoy Edzná, la
hermosa, es una ventana única al pasado mítico maya. El viaje a los tiempos
antiguos inicia con el pequeño museo de sitio donde se exhiben algunas estelas,
retratos de reyes y reinas que alguna vez gobernaron la ciudad y que inmortalizaron
en piedra sus acciones más relevantes: ascensiones al trono, guerras, celebraciones
importantes y rituales dedicados a los dioses.
Caminando bajo
la sombra de los árboles llegamos al centro de la ciudad desde el lado norte,
dominado por la Plataforma de los cuchillos que fue originalmente un palacio de
élite. Con sus 80 metros de largo resulta impresionante, tiene 20 aposentos y
un gran patio con un altar central. En la parte norte de este palacio aún se
puede ver un chultún (cisterna) usado
para almacenar agua de lluvia. De esta manera aprendemos que Edzná es famosa
por su ingenioso sistema hidráulico que además de los chultunes, contaba con 31
canales, casi un centenar de depósitos y desniveles que distribuían el agua
hacia las partes bajas. Desde la escalinata sur de la plataforma vemos la Plaza
Principal en todo su esplendor e inmediatamente atrapa nuestra atención el
edificio llamado Nohochná.
Después de
observar una enorme iguana casi mimetizada con las piedras hemos ascendido al
Nohochná (Gran casa) y la vista resulta conmovedora. Ahí está uno de los
edificios más bellos del México antiguo. El Edificio de los Cinco Pisos lleva,
en su delicado equilibrio y su sobria pero poderosa arquitectura, el reflejo
del trabajo y los sueños de una civilización fascinante. De pronto un eco
interrumpe nuestra ensoñación, es la voz de alguien que habla en la Gran
Acrópolis, frente a nosotros, al otro lado de la Plaza Principal y cuya voz
llega nítida hasta nosotros a pesar de la distancia. Es sencillamente
increíble.
En el Templo
de los Mascarones nos miran unos ojos de más de 1,500 años de antigüedad. Es Kinich Ahau, el resplandeciente señor
del sol. Por un lado aparece joven y bello, es el sol del oriente, que surge
triunfante después de haber transitado por el Xibalbah o inframundo. En el costado oeste del edificio aparece
como un hombre viejo, a punto de morir pero conservando las características que
lo hacen el más hermoso de las deidades mayas. Pronto se hundirá en las tenebrosas
aguas del Xibalbah, pero renacerá
como cada día a llenar de luz y calor la tierra. Estos mascarones de estuco
fueron modelados durante el Clásico Temprano y nos permiten además imaginar
como estuvieron decorados los edificios mayas en su época de esplendor.
Camino al
Templo de los Mascarones pudimos ver el Templo del Sur y el Juego de Pelota,
ambos con un valor simbólico muy importante. En la base de la escalinata del
Templo del Sur, de estilo Petén, se puede ver un monolito en forma de cabeza de
serpiente, animal sagrado entre los mayas y símbolo viviente de la tierra. En
el Juego de Pelota, por otra parte se representaba el drama de la creación del
mundo, el eterno choque entre los dos principios opuestos y complementarios del
universo maya: día y noche, luz y oscuridad, vida y muerte.
Estamos ahora en
la Gran Acrópolis, en su acceso principal que mira al poniente. A nuestro lado
izquierdo está el Pibnah o baño de
vapor que seguramente se usaba para la purificación del cuerpo y espíritu de
aquellos que celebraban los rituales. La Gran Acrópolis es un enorme basamento
de 160 m. por lado y 8 m. de altura, resultado de la acumulación de
construcciones durante el tiempo que Edzná fue habitada. Aquí podemos ver
diversos edificios como los templos del Suroeste y Noroeste, la Casa de la
Luna, el Templo del Norte y el Patio Puuc. Este conjunto de edificios era la
sede del K’uhul Ajaw (el sagrado
señor o rey) de Edzná. Vemos ahora de cerca el Edificio de los Cinco Pisos que
nos dejó sin aliento cuando estábamos en el Nohochná. Ahora está claro que el
Nohochná era un enorme graderío usado para que la gente pudiera ver al rey y su
corte durante los eventos y fastuosas ceremonias en honor de los dioses.
Desde lo alto
del Edificio de los Cinco Pisos (31.5 m.) el rey conducía los rituales para y
por los dioses, además con sus 30 habitaciones distribuidas en sus 5 niveles es
un perfecto ejemplo de templo-palacio, pero bastante raro en el área maya. En
su base tiene una serie de glifos que narran eventos importantes en la historia
de Edzná. Aunque el edificio tuvo habitaciones en tres sus lados, solamente la
fachada oeste ha sido restaurada.
Frente a esta
enigmática construcción no podemos evitar imaginar a los antiguos reyes
invocando a los dioses, el humo del copal ascendiendo al cielo, la música, las
danzas, los miles y miles de ojos expectantes sobre el rey… y de pronto en el
horizonte se dibuja una nube gris, el rey levanta los brazos y su pueblo ruge
como un enorme jaguar cuyo eco resuena como un trueno en cada rincón de la
ciudad. Su rey les ha cumplido, ha traído la lluvia y ante los asombrados ojos
de los mayas de Edzná - y los nuestros - el rey y los dioses se vuelven uno
solo.
Texto e
imagen: Alfredo González
Kankabi’ Ok
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